viernes, 19 de abril de 2013

Capítulo 1



La señora Monthead separó a su hija de la pintura que tenía entre sus manos y a la cual no quitaba ojo.

-¡Danielle!, ¿quieres escucharme?

-¡Ay! Mamá, ¿qué es lo que quieres?- Danielle separó la mirada del dibujo y lo depositó cuidadosamente en su tocador.

-¡Pero es que no te has enterado de nada de lo que he dicho!- Anne Monthead movió la cabeza de un lado a otro disgustada.

-Lo siento mamá.- dijo Danielle cansada, en aquellos momentos tenía la mente en otro lado.

-La Condesa de Erthon nos ha enviado una invitación para el baile que va a celebrar esta noche en bienvenida del Marqués de Turvey.

-¿Quién es ese?- Anne miró a su hija escandalizada. Es cierto que su hija acababa de entrar en sociedad y aún o conocía a gran cantidad de gente, pero aún así, Blaise Turvey no era una persona cualquiera.

-Eso da igual ahora, Rose Marie me ha invitado a su casa a tomar un té y charlar un poco, quiero que cuando vuelva ya tengas elegido lo que te vas a poner esta noche y que compruebes que no sea necesario plancharlo.

-De acuerdo mamá.

-Comprueba que tu hermano también lo hace.

-Sí mamá...

-¡Ah!, y si quieres puedes invitar a Gael para que os miréis ropa juntas. Dile a Esteban que le lleva el mensaje- dijo Anne antes de desaparecer completamente tras la puerta.

-¡Esteban no es un cartero!- dijo Danielle  ofendida, pero su madre no llegó a escucharla.

Danielle se derrumbó sobre la silla. Quería a su madre, pero a veces era realmente molesto el cómo se preocupaba solo por lo social, ¿se había preguntado en algún momento si a su hija le apetecía ir a aquel baile lleno de ricachones que hablaban sobre cosas ridículas e intentaban averiguar quién tenía la mayor renta? Evidentemente no.

Danielle cogió el lienzo que había dejado sobre la mesa. Una muchacha de espaldas con un vestido blanco y un cabello rubio ondeando al viento, caminaba por un campo lleno de amapolas. Pasó el dedo suavemente por el cabello de la joven y sintió celos, celos de aquella chica que había sido pintada por él. Ella quería ser la única a la que pintase, la única a la que mirase, pero Danielle sabía que aquello era egoísta, lo sabía y le dolía saberlo. De repente el lienzo le fue arrebatado de las manos bruscamente.

-¡Eh!-Dijo Danielle mirando furiosa a su hermano.- ¡Devuélvemelo!
Thomas miró divertido a su hermana.

-¿Esto lo ha hecho el pintor?

-Es obvio, tú no podrías pintar ni una silla.- Danielle saltó hacia su hermano intentando quitarle la pintura, pero este levantó el brazo alejándolo de su alcance.

-Sí, eso es cierto, pero yo no necesito pintar una silla- Thomas finalmente le devolvió el lienzo a su hermana.- ¿Por qué estás tan interesada en él?

-¿Acaso te importa?-Danielle se apartó un mechón rubio que le caía sobre la cara sonrojada.

-Claro que me importa, eres mi hermana y me preocupo por tu futuro.- Danielle le sostuvo la mirada durante un minuto en el que permanecieron callados. Finalmente Danielle habló.

-Mamá ha dicho que prepares lo de esta noche.- acto seguido salió del salón.

-¡Danielle! ¡Hablo en serio!

Danielle caminó por el jardín hacia la pequeña casita de los Lemacks. La señorita July Lemacks era la institutriz de los tres hijos de los Monthead y vivía junto con su hijo en una pequeña casita construida por el señor Edmon Monthead en el terreno de su propia casa. La señorita July siempre había sido una mujer taciturna, la muerte de su marido le había afectado mucho y tras dieciséis años no había conseguido reponerse. Su hijo, Esteban, trabajaba en la panadería del pueblo y de vez en cuando, hacía algunos encargos para los Monthead, cosa que molestaba enormemente a Danielle.

Cuando llegó a la pequeña casita entró sin llamar y fue hacia la habitación donde supuso que estaría Esteban. En ella decenas de lienzos a medio pintar estaban esparcidos  tanto por las paredes como por el suelo y mesa. En el centro de la habitación, un muchacho delgado con el cabello negro un poco largo y revuelto, pintaba sobre un caballete, a una joven de cabello rubio en un lienzo. Danielle miró a su alrededor, en casi todas las pinturas estaba pintada la misma chica de pelo rubio y cara difuminada.

-Hola.-Esteban saltó sobresaltado.

-Señorita Danielle. ¿Qué hacéis aquí?- Danielle sintió un pinchazo en el pecho. Desde hacía un tiempo, Esteban había empezado a llamarla Señorita y tratarle de usted.

-Quería darte las gracias por el cuadro que me has regalado, realmente me encanta.

- Oh,- Esteban se sonrojó levemente.-me alegra el que os gustase.

-¡Por Dios Esteban! ¡Para ya!- Danielle se acercó hacia Esteban, este retrocedió levemente.- ¿Por qué me hablas de usted?

-Porque usted es una señorita.

-Me da igual, tu eres mi amigo y nos conocemos de toda la vida, no es lógico que me  trates de usted y me llames señorita.- Esteban bajó la cabeza, “amigos”.

-Lo que mandes Danielle.- la contestación no es lo que ella estaba buscando exactamente, pero ya fue una mejoría.

-Me preguntaba si vas a ir a la fiesta de la Condesa.- Danielle cruzó los dedos. Esteban soltó un bufido.

-No, a mí no me invitan a esas cosas. Esos acontecimientos son para gente de su clase.- Danielle refunfuñó, otra vez le trataba como si fuesen personas de distintos mundos, como si ambos no fuesen, al fin y al cabo, personas.

-Pero yo podría llevarte como invitado…

-Danielle.-Esteban le interrumpió.- No quiero ir a una de esas fiestas. ¿No te das cuenta que ese no es mi mundo? Yo allí desentono. Ni siquiera estaría a gusto.

El pecho de Danielle se oprimió, ¿Esteban había tratado de decir que ella era una molestia? El dolor se acumuló en su pecho y los celos por aquella dama de cabellos rubios de los lienzos se intensificaron.

-Señorita Danielle.- la doncella de los Monthead llamó tímidamente a la puerta de la habitación.-La señorita O’Neil ha venido a hacerle una visita, la espera en la salita.

-Voy.

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